martes, 1 de abril de 2008

EL ESTADO ANOMICO


Cinco de la mañana y hay que ir a Caracas. El director nos espera a las nueve de la mañana y se cree que a una velocidad promedio de noventa kilómetros por hora el trayecto no debe durar más de dos horas. Si se agrega el tiempo del tráfico de Caracas y la parada obligada en Pare Stop para el desayuno de arepa con queso crinejas, parece haber tiempo suficiente.

Lo único con que no se cuenta, es con un grupo de vecinos a quienes les dio por trancar la autopista pidiendo solución porque en su barrio no llega el agua desde hace una semana; o porque no tuvieron mejor ocurrencia que irse a vivir en una zona ribereña al Lago de Valencia, en un área que por supuesto no contaba con los permisos para su habitabilidad y que el Lago, antojoso él, con cada vez más frecuencia, inunda sus viviendas.

La radio advierte que a unos facinerosos les ha dado por robar a la gente que se encuentra en la cola y que tienen la mala suerte de no contar con aire acondicionado en sus vehículos. Me asomo y veo las muestras de una invasión. Casas recién construidas en tablas y cartón y con banderas de Venezuela y afiches de Chávez, para garantizar que no serán sacados por la fuerza pública, a pesar que los terrenos son o eran propiedad privada.

El periódico llama la atención que en lugar de la cola, a unos malandros que llaman Los Sanguinarios les había dado por poner obstáculos en la vía y a las víctimas se les asaltaba y violaba. El hecho se notaba por que una señora había fallecido como consecuencia de un accidente provocado. A pocos metros días antes una poblada había linchado a un señor a quien confundieron con un asesino, mientras la policía no atendía el asunto, porque estaban cuidando el abasto del Portu, que para eso pagaba.

Mientras esto ocurre, Chávez amenaza con una batalla campal contra la corrupción. Pero mientras su gobierno demuestra cierta eficacia su celo para evitar y sanciona el incumplimiento de los deberes formales para con el SENIAT, se muestra incapaz de remediar la corrupción en MERCAL. Parece que al final nunca tuvo tanto poder.

La cola no avanza, por lo menos en la vía, porque en las islas unos vivos, entre ellos unas patrullas policiales atraviesan raudos burlando a los carros que pacientemente están en la vía, y algunos más osados intentan atravesar la vía en sentido contrario, esperando que algún carro no acabe ni con su viveza, ni tampoco con su vida.

Mientras tanto, miro el reloj que marca las once de la mañana, pienso en la cita perdida, las disculpas del caso, que me perdonen por algo que no hice y que me espera la semana que viene, donde llegaré, porque en lugar de las cinco de la mañana, saldré el día anterior.

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