Gracias a Dios no padezco del vicio del cigarro. Algunos que si fuman me cuentan que les impactan las imágenes que por obligación gubernamental se coloca en el empaque de cada cajetilla, mostrando con crudas fotos las consecuencias que pudieran ocurrir de persistir en el hábito de inhalar humo de nicotina. Como todo vicio, la gente lo sanciona moralmente y el vicioso no deja de sentirse algo culpable. Un tío muy querido clama porque aumente su valor, para ver si así se le quitan las ganas de fumar, lástima que los estudios demuestran que los vicios son un tipo de “bien” que los economistas llaman inelásticos, es decir, su demanda no se ve afectada por su precio. Entiéndase que por más caro que se ponga, este no dejará de ser comprado.
Algunos de mis lectores más cultos ya habrán relacionado la frase del título, con la muy conocida expresión que la historia endilga al Rey de Francia, Enrique IV: “París bien vale una misa”. Siendo éste hugonote, como solía llamarse a los calvinistas franceses, le fue imposible hacerse con la corona francesa, hasta que públicamente renunciará a su fe y se convirtiera públicamente al catolicismo.
Una acción de este tipo es perfectamente comprensible en el siglo XXI, donde la creencia que nuestras almas padecerán eternamente en los fuegos infernales suena más al cuento del coco para asustar imberbes que una realidad; no así en el siglo XVI cuando era una verdad absoluta. Así que no se esta hablando de cualquier cosa, Enrique IV estaba cambiando el Paraíso por el trono de París y garantizándose un lugar en el infierno.
Estoy convencido que para muchos el poder termina siendo un vicio. Ante la sociedad siempre habrá una “buena” razón para justificarlo. Un presidente muy cercano decía que el era el pintor de un cuadro y debe dársele unos añitos más para concluirlo. Estos añitos por lo general son el resto de lo que le queda de vida. El señuelo de la reforma constitucional, la revolución, la presencia de enemigos eternos e internos, son solo las excusas para justificar el vicio. La última muestra nos las ofrece Álvaro Colom, presidente de Guatemala. Mantener el poder a través de su esposa, como hiciera Néstor Kirchner en Argentina. Solo un pequeño problema, la constitución prohíbe a familiares cercanos al presidente ser electos a la primera magistratura. Un pequeño inconveniente que se soluciona con el divorcio.
Quizás haya que pensar para cada acto de votación, mostrar las imágenes de cómo terminan en la miseria los pueblos que se rinden ante los deseos de un vicioso de poder.
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